"Amarse a uno mismo es el principio de una historia de amor eterna." Oscar Wilde.

He olvidado cómo olvidar. Toda herida parece no cicatrizar nunca. No escuecen, no queman. Tampoco supuran. Pero parece que todo aquel que se acerca en exceso, acaba saliendo tan lastimado como yo.

Nada engaña más que los recuerdos, ¿no te parece? Y es que, cuando hecho la vista hacia atrás, hacia el que es nuestro pasado en común, todo me parece mucho más perfecto de lo que, en su momento, me pareció.
Debo hacer un esfuerzo por recordarme la realidad, cómo era todo y no olvidar los motivos. Los motivos que ahora disipo nublados y borrosos.

Olvidé olvidarte el día que cerré la última puerta. Sin embargo no me arrepiento de haber puesto kilómetros de tierra entre ambos para recordarme, que con la misma piedra no tropezaré una segunda vez. No esta vez. No, al menos, contigo.

"La vida es tan corta y el oficio de vivir tan difícil, que cuando uno empieza a aprenderlo, ya hay que morirse." Joaquín Sabina.

Piensa en qué has hecho en tu vida y hacia dónde vas. ¿No sientes que, de alguna manera, has tomado una dirección hacia una meta? Tu meta. La meta de tu vida. Esa por la que darás todo y esa que consideras que te dará la felicidad. No entraremos a juzgar si está bien o mal, mejor o peor, te realizarás más o menos como persona,... eso es lo de menos. Hablamos de tu meta. De ese camino en un sentido. ¿Te ubicas?

Cuando menos te lo esperes la vida te plantará un desafío delante. Una bifurcación en el que es tu camino de un único sentido. Tú y solo tú, no te engañes, decidirás si abandonar la carretera actual y tomar el desvío o, seguir por donde vas; continuar tu rumbo.

La puerta que se te presentará no tendrá un cartel que indique el destino, ni tan si quiera te darán una pista de hacia dónde te va a llevar: sólo es una nueva dirección que tomar. Y ya se verá.

Ese "ya se verá" que al principio llena el alma. Llena el alma por ser la novedad y presentarse como una incógnita por hallar; una x que despejar. Pero con el tiempo la ecuación del camino podrá complicarse y puede que la sensación de vértigo te inunde, la adrenalina termine y la desorientación como estado de ánimo inunde tu día a día. Admitámoslo: no saber hacia donde te lleva esta nueva senda es divertido al principio, pero el tiempo pasa y las preguntas empezarán a aparecer en tu cabeza con asiduidad: ¿por qué te desviaste? ¿el otro camino no era correcto? ¿seguro que éste nuevo sentido es mejor? Y la tan memorable pregunta de: ¿No me habré equivocado?

No, no te has equivocado. Toda decisión que tomas en tu vida es por algo. Posiblemente tu cuerpo, tú, ansiabas una nueva experiencia que añadir en tu diario de vida. Tal vez algo en ti buscaba la novedad, cansado de tu rutina diaria y constante. O quizás simplemente quisiste aprovechar el desvío, porque en la vida uno no debe arrepentirse de qué hace sino de qué se ha dejado por hacer. Aquello que no hagas porque tus miedos te lo impidan será lo que luego te haga arrepentirte y te repitas, con mayor o menos asiduidad, "y si lo hubiese hecho". Esos "y si..." que en bucle vendrán a ti cual pesadilla.

No te arrepientas. Alza la barbilla, mira hacia atrás y observa el camino recorrido. Haz memoria y repítete a ti mismo "por qué estás aquí". Y, si no lo tienes claro, pregúntatelo. Pregúntate hasta dónde estás dispuesto a llegar. Porque desviarte de tu nuevo destino no es una derrota: tal vez volver a la senda inicial sea un indicativo de que aquel era tu destino y vocación.

Siempre estás a tiempo de echar el freno de mano pero nunca podrás retroceder.

Así que cuando en la vida se te presenten desvíos, toma aire y piensa. Pero piensa más con el corazón y con tu alma, pregúntate qué pide tu cuerpo, siente si se aceleran tus latidos con la simple idea de cambiar de rumbo. Será la aparición de taquicardias las que te den la respuesta.

Serán el deseo de aventura y los temores los que provoquen la fuerza interna necesaria para hacerte continuar.

"Deja de pensar en la vida y resuélvete a vivirla." Paulo Coelho.  

Aquí estoy, sintiendo el borde del abismo bajo mis pies. Sin querer mirar hacia abajo; no me lo permito.

Delante tengo un puente que se extiende sobre el precipicio hasta llegar al otro lado. Tras de mí otra mucha más gente esperando cruzarlo y, esto, en gran medida, me da parte del último empujón antes de dar el primer paso. Tras éste irá el segundo, y el tercero, y el cuarto,... hasta llegar al otro lado.

Nada puede ir mal. Na-da. Llegados a este punto y coma de la que es mi historia: ahora todo Hecho y Suceso será una ganancia. No habrá perdedores; todos seremos ganadores porque, realmente, ya sentimos que saboreamos la victoria.

Mirar atrás y ver todo lo acontecido me da la fuerza para poder coger aire y echarle, si cabe, aún más ganas. Debo intentarlo. Sin quejas, sin miedos, sin temores, sin pegas, sin dudas; sin menos, cambiando el polo negativo por el positivo; darle la vuelta e invertirlo todo.

Siempre hacia el más, nunca hacia el menos.
Sin retrocesos, con la mirada al frente y enfocando el horizonte.

11 de Julio de 2015. Resurrección. 

Pase lo que pase, hacia adelante.

"El futuro tiene muchos nombres: para los débiles es lo inalcanzable; para los temerosos, lo desconocido; para los valientes es la oportunidad." Víctor Hugo.  

Hasta aquí he llegado después de varios meses estudiando, enfrentándome a días repletos de dudas y miedos. Y es que tener miedo es inevitable.
Es el miedo el que te empuja. Te empuja o bien a no hacer nada y paralizarte, a mirar hacia otra parte, o bien te da la energía suficiente como para dar un paso al frente y plantarle cara.

El miedo está ahí presente en cada momento de tu vida: cuando decides no cruzar en rojo, cuando decides no mirar atrás cuando caminas por un callejón oscuro,... Son temores: racionales o irracionables. Es la incertidumbre de no saber qué va a pasar; con qué te vas a encontrar. Es natural.

Distinto es vivir con miedo. Y esa es otra historia... otra historia de la que hace tiempo que decidí no formar parte.

Pase lo que pase, hacia adelante.

"Sopla un gran viento y repentinamente el estandarte se alza." Shiki Masaoka.  

Ha cambiado todo tanto desde que no estás en mi vida. Tanto.

A veces me imagino cómo sería tomar contigo un café. Poder explicarte qué ha sido de mi vida: las cosas que he hecho y todas las que me quedan hacer; todas estas ideas caóticas que llevo en mi cabeza, todos esos planes que carecen de orden y que todos buscan llevarme, si no al mismo lugar, si a un punto similar y cercano.
Me encantaría que me cogieses de la mano y pudieses darme ánimos. Oírte decir: "Todo irá bien. No pierda las fuerzas."

Citar todo lo que dejo atrás: todos los fracasos, los tropiezos, los golpes; las veces que me he estampado sin verlo venir, o incluso previniéndolo. Asimilar todo aprendizaje y compartirlos contigo.
Siempre decíamos que tras tropezar con una piedra sólo nos queda ponernos en pie. ¿Te acuerdas? Sacudirse las rodillas, parchear el tejano y alzar la barbilla.

Te echo tanto en falta...

Si estuvieses aquí te confesaría que me enamoré, que creí haber conocido 'a ese alguien' con quien compartirlo todo. Camino y cama, futuro y sueños, penas y alegrías, hambre y sed.
Lo sé, lo sé. Siempre dije que cuando crees conocer a ese alguien y lo pierdes, siempre aparece otra persona y ésta te rompe los esquemas otra vez, arrasando cual huracán, re-formulando las ecuaciones de tu universo. Pero creí que sería él y que no habría tormenta, ni tornado y su posterior calma. Me equivoqué.
Caí en el mar y tú sabes que yo no sé nadar. Fuiste la única que no se sorprendió:

- No, si yo... yo no sé nadar.
- Ya sabía yo que tenías pinta de montaña. - me dijiste. - Esas venas parecen las carreteras de un mapa.

Quizás si estuvieses aquí haríamos este camino juntas. Eso sería jodidamente perfecto, ¿no crees?
Subir a ese avión contigo: que te toque ventana y a mi pasillo. Darnos fuerte la mano y que me ayudes a cerrar los ojos al despegar cuando se me haga ese nudo en el estómago y me entren ganas de llorar. O mirarnos a los ojos y sonreír, ahogando ambas las lágrimas. O llorar ambas. Pero juntas. Todo juntas.

A veces me enrabieto por no tenerte cerca. Te echo de menos: hoy más que nunca.

V, ¿sabes qué? Me voy bien lejos. Muy lejos. No me esperes despierta.

"Nadie hace desaparecer un mar." Paulo Coelho.

Fuera hace 8º; aquí dentro 40º.
Coger el móvil y escribir un mensaje; "¿Vienes?"

"Roguemos fuerza a nuestra misma desesperación." Séneca.

Una vez trazamos un mapa imaginario hacía ningúnlugar.
En ningúnlugar los tulipanes abundaban por ser mi flor favorita y el aire olía a naranja porque así era para ella el aroma perfecto.
Allí era donde uno iba a perderse; era donde iríamos cuando las cosas no nos fuesen todo lo bien que deseásemos. Allí construiríamos poco a poco nuestro rincón a nuestra medida.

Nunca se lo dije pero en ningúnlugar los espejos estaban prohibidos; nada de espejos ni reflejos.

Allí regreso a veces.
A veces vuelvo con la esperanza de encontrarla. Cierro los ojos y trato de recordarla.
Intento recordar las constelaciones que formaban sus lunares: esos que divertida a veces unía con un boli Bic hasta formar una perfecta Osa Mayor, haciéndola reír por las cosquillas.
Trato de recordar su voz: cuando me hablaba en su Francés perfecto. O tal vez no tan perfecto pero a mí poco me importaba. Todo sonaba tan bien cuando lo decía ella...
Imagino qué gestos haría si me hablase ahora, cómo movía sus manos y sus pulseras sonaban en sus muñecas. Y su mirada... esos ojos azules. Esos ojos azules que siempre han hecho que ningunos me parezcan más bonitos que los suyos.

Inhalo el aire fuerte y cruzo los dedos por sentir su aroma. Ya no recuerdo si olía a lavanda o jazmín.
Imploro mentalmente que al abrir los ojos me pierda en el cielo que tenía por mirada.

Pero los abro y ella nunca está, y en su lugar tengo un nudo en la garganta oprimiendo.

No sé si no supe aferrarme a su mano y llevarla conmigo a ningúnlugar.
No sé si, tal vez, perdida en mi inmensidad no supe oír sus gritos de auxilio; a veces no sé si tal vez ella no escuchó mis ruegos.

Durante un tiempo creí en un Dios que siempre he pensado que no existe. Imploré a aquellos que todas las religiones adoran, suplicándoles clemencia y rezando por su alma. No hubo señales ni milagros. No hubo resurrección a los tres días... sólo hubo silencio.

No he vuelto a oír su risa.
No he vuelto a perderme en sus ojos.
No he vuelto a coger un boli Bic para dibujar constelaciones.
No he vuelto a escuchar "Quelqu'un M'a Dit" con el mismo entusiasmo porque ya no es su voz la que suena.
Cruzo los dedos y cierro los ojos. Tulipanes amarillos. Huele a naranja.

Quiero,
que los triunfos se amontonen con los fracasos.

Quiero,
sentir el pecho lleno, repleto.
El estómago revuelto y, tras un tiempo,
un vació interno y el vértigo de la inminente caída.

Quiero
tener la experiencia del que ya ha vivido,
haber tropezado con la piedra y saber qué viene después.

Yo,
no quiero consejos que se antepongan a los sucesos.

Yo,
necesito QUIERO vivir.

A dónde voy y con quién.
Por qué puntos quiero pasar mientras trazo la línea que me conduzca a la meta.
Qué me empuja o cuál es mi motor.
¿He barajado todas las posibilidades? Que pasaría si... y que pasaría si no...

Cierro los ojos y sonrío. Es extraño:
Todas las preguntas llevan tu nombre como respuesta.

"Tan imposible es avivar la lumbre con nieve, como apagar el fuego del amor con palabras." William Shakespeare.

Te dicen que tienes todo lo que una chica necesita: que eres cariñoso a la par que travieso, que tus labios son tan voraces e insaciables como cómodos son tus brazos para dormir entre ellos.
Te dicen que sabes escuchar y que contigo los temas de conversación no escasean; que siempre se haya consuelo en tus palabras y que la palabra 'discusión' no está en tu repertorio.

Te he oído contar tus historias: tus amores y desamores, tus espinas clavadas, tus heridas cerradas y aquellas que aún supuran, tus decepciones y sorpresas,...
He comprendido qué te atrae y que te espanta, así como qué tienes que imanta y qué repele.

Verte. Cenar. Tomar unas copas. Irnos a tu casa. Perdernos en la inmensidad de tu cama. Vestirme. Irme.

Pasé de querer pasar tan sólo las horas estrictamente necesarias a quedarme algo más.

Despertar a tu lado. Desayunar. Hacer la cama. Deshacerla. Comer algo, reponer fuerzas. Acostarnos de nuevo. Devorarte a besos. Recorrer tu espalda a base de caricias y dejarme recorrer las piernas a base de lametones. Merendarte y ser la cena mientras la cama se nos queda pequeña.



¿Sabes lo peor? Que te diste cuenta de que yo no soy para ti cuando me había convencido de que tal vez no era así.

"No pocas veces ya he dicho adiós; conozco las horas desgarradoras de la despedida" Friedrich Nietzsche.

"Te quiero con la fuerza de un ejército", dijo.

Sentí como el corazón le latía fuerte e imaginé su sangre siendo bombeada, fluyendo a través de sus arterias, venas y capilares; extendiéndose por su cuerpo con la misma intensidad que el propio mar.

Se me erizó la piel y la abracé fuerte cerrando los ojos.

Visualicé ese ejercito en formación armado de valor, en son de paz. El suelo temblaba, sus botas avanzaban y las barreras caían una a una frente a ellos.
Plantaban flores a su paso, reconstruían la ciudad que anteriormente había sido devastada y tranquilizaban a la población.

Abrí los ojos, apoyé mi barbilla en sus hombros y sonreí.

Noté caer la coraza y temí quedarme desnuda frente a ella. Recordé las veces que me había hablado del presente, de la importancia relativa que debía tener el pasado en nuestras vidas y de como debía ser el futuro el que se hallase de forma constante en nuestro campo de visión.

Observé sus ojos, dejándome caer, y noté mis labios entristecer.



No recuerdo si aquel día fue el penúltimo que la vi manteniéndose en pie.
El antepenúltimo tal vez. ¿Meses antes del día X? Tal vez...

Aún me pregunto cómo tanta pasión se había podido perder.
Ella me había encandilado con sus ideas, con sus ganas de vivir, su fuerza, su intensidad,... y es que hablaba y nada importaba. Ella te capturaba con su vorágine de pensamientos.
Un día eso acabó: su reflejo le robó el alma y se la llevó más allá del espejo. Jamás supo volver: no la supe hacer volver.

"Volveré sobre las aguas del cielo." Vicente Huidobro.

El futuro me espera fumando con calma mientras son mis miedos los que juegan a atraparme.
Corren tras de mí, desafiando las leyes de la física, tratando de aferrarse a mi piel y calarme el alma. Tratan de llegar a lo más profundo de mí, llenar los vacíos que quedaron del ayer, del pasado, y hacer que el futuro venidero no se divise ni claro ni plausible.

Yo remo hacia el horizonte, camino del infinito,en busca de alcanzar la utopía que son mis sueños. Porque remo a remo avanzo, sintiendo como esa linea está cada vez más cerca de las yemas de mis dedos.

Pero en esa carrera estoy en clara desventaja: yo no sé nadar y parece que mis miedos tienen escamas.

"Es tan corto el amor y tan largo el olvido." Pablo Neruda.

Sentía la lluvia chocar contra las ventanas, colándose algo de frío tras las maderas antiguas.
Sostenía una taza de chocolate caliente. Chocolate caliente... Es curioso como de pequeños nos invade la alegría cuando nuestra madre nos prepara una taza, como si en la vida no hubiese nada mejor como un chocolate calentito. Luego, de mayores, es la tristeza la que nos hace recurrir a él; como si la nostalgia nos pudiese acercar un poco de alegría para borrar el gris a los días.

Suspiré fuerte. Intenté echar junto al aire los recuerdos; los momentos vividos con T. Sí, le llamaremos T.
La memoria, sin embargo, no se hila junto al aire que respiramos; se hila a nuestra piel. Se cose a cada recoveco de nuestro cuerpo. Por eso sólo podemos llevar las cicatrices que caben en nuestro lienzo. Cargamos con ellas; porque aunque cierren, están ahí.
Unas, con el tiempo, se harán pequeñas hasta casi desaparecer pero, no nos engañemos; es un casi. Y casi no es un todo. Eso me pasaba con T.

Le conocí de casualidad. Entró en mi vida como entran las mejores personas: llenándome las pestañas de confeti, los ojos de brillo y las mejillas de color.
Nunca había creído en el amor a primera visa: "Mentiras de poeta", decía para mis adentros. Como si ellos lo hubiesen inventado para hacer sus versos más alejados de la realidad.
Pero T... T me enseñó a creer. Me enamoró con su vida de estudiante de cine; con sus inicios en dicho mundo grabando a bandas de garaje. Me contaba sus proyectos, sus ideas, y yo compartía con él mi sueño de dedicarme a la hostelería y abrir un día mi propio restaurante.
Recuerdo que el primer día que quedamos a solas, nos devoramos los labios mientras hacíamos tiempo esperando mi tren. En aquel parque, frente a la estación, el tiempo pareció haber ganado impulso, sin favorecernos. Perdí el tren y me gané sus labios.

La siguiente vez que quedamos no teníamos plan. No había destino. Recorrimos las calles de Barcelona durante la noche, tras unos mojitos, besándonos en cada semáforo en rojo, enroscando nuestras lenguas estando en verde y riéndonos mientras volvía a estar en rojo; sin separarnos, apurando los segundos hasta el siguiente verte.
Jugábamos a intentar abrir portales. "No vamos a dar con ninguno abierto", le dije. ¿Quién deja abierta la puerta de un edificio? Podría entrar cualquiera, ¿no?
"Una más, si no se abre ésta, nos volvemos", dijo.
Maldita la suerte. Bendito el Karma. El siguiente portal tenía la puerta mal cerrada. Y entramos.
Escalamos esas escaleras de caracol, sigilosos, mientras nuestras risas se escapaban haciendo eco en los rellanos de cada planta.
Nos besamos en el ático, temerosos de ser descubiertos, excitados por ésta misma idea.
Y me dejé querer. Le di mi querer.

Supe, mientras ahogaba los gemidos en nuestros besos, que estaba enamorada.
Mientras mis dedos recorrían deprisa su espalda, aferrándose a sus nalgas, supe que estaba enamorada como para saber, en ese tiempo, que era capaz de desear pasar mis días a su lado. Y mientras mi boca no podía cerrarse, entreabierta, jadeando, no pensé durante cuánto le querría. Era irrelevante. Sólo quería sonreír a la vida de su mano. Me enamoré de sus sueños, su labia y su mirada.

Pasaron los días. Pasó la vida, como siempre pasa. Y a veces las cosas no tienen que ser. E historias mal cerradas reaparecen. Eso sucedió. Que complicado es cuando alguien vuelve a tu vida y nunca le has dejado de querer, ¿verdad?

Hay gente que entran en tu vida como un huracán, arrasando con todo lo que hay por delante. Se marchan igual que entraron y, al tiempo, se crecen y reaparecen de nuevo.
Y por algún motivo, somos adictos a dicho desastre. Quizás por ese desorden que instauran, por esa sacudida que le dan a nuestra vida.

Todo fue intenso y, así mismo, rápido. Fugaz.

Dejé la taza de chocolate en la mesa y me incorporé. Me puse de pie justo cuando P entreabría la puerta, dispuesta a hacer uso de su descanso.

"No hay mucha faena hoy", dijo. Asentí, sonriente, y ella me tomó el relevo preparándose un café. Salió del restaurante y yo me quedé observando los posos del chocolate en mi taza.

Hacía años que no sabía de T.
En ese tiempo había logrado trazar el camino hasta alcanzar algunos de mis sueños. Algunos, porque uno nunca deja de soñar. Pero los que a él le conté, todos, estaban abordados.
Tenía mi propio restaurante en una callejuela saliente a Las Ramblas. Era un rincón escondido, con encanto. Tenía su propio aroma.
Yo servía mi alma en cada plato y había conseguido un par de compañeros fieles que la llevaban a la mesa, con una sonrisa de oreja a oreja.

Pero aquel día llovía. Llovía fuerte. No había ningún cliente; se había acabado el servicio de medio día y la tarde se presentaba aburrida. Entonces se abrió la puerta y él entró.
Iba solo y se sentó en una mesa junto al ventanal. Sacó un libro y empezó a leer. A los minutos me acerqué.
"¿Qué va a tomar?", dije. Se quedó mirándome durante unos segundos. Sólo unos segundos pero los justos para sentir que el mundo se detenía. Pude casi percibir la tierra frenarse, dejando de girar sobre si misma entorno al sol, para que nosotros tuviésemos tiempo. Ese que no tuvimos antes.
"Un capuchino, por favor. Con leche templada y...". "Y canela espolvoreada".
Acabé la frase y sonrió. Incline la cabeza y me fui a la barra a prepararlo.

Cuando se lo dejé en la mesa me cogió de la muñeca antes de poder retirarme.

"Siéntate conmigo". Le miré. Miré su mano y mis labios no reaccionaron; por ellos lo hizo mi cuerpo.

"Otra vez no", pensé.

Habló. Hablé. Hablamos.
Nos contamos la vida. Nos contamos el tiempo.
Cómo había llegado a mi restaurante. Cómo me había buscado. Cómo se había arrepentido. Cómo no me había olvidado.
Le conté. Intenté inventarme una vida pero, a los segundos, reconocí mi mentira y me vestí la verdad.
Yo tampoco le había olvidado.

Se hizo la hora de cerrar. P se fue y nos quedamos T y yo.
Recorrimos las calles de Barcelona dándonos besos en cada semáforo rojo, alargándolos hasta el verde, riéndonos durante el rojo y apurando hasta el siguiente verde. Pasábamos corriendo por las lineas blancas de los pasos de cebra, evitando el asfalto.
Esta vez se abrió el portal: teníamos la llave. Trajo la guerra a mi cama, tomándose todo el tiempo del mundo para deleitarse en los recovecos de mi cuerpo. Todo el tiempo del mundo. Tanto que inunda mis mañanas con olor a café y canela.
"Otra vez", le ruego ahora al tiempo.
Que pase la vida, como pasa siempre, pero esta vez, de su mano. De la mano de T.

"Tras el vivir y el soñar, está lo que más importa: el despertar." Antonio Machado.

La felicidad hace equilibrismos en tu clavícula con los bolsillos llenos de arena.

Y tú no te das cuenta o no quieres ver...
... que bajo tus pies habita el vacío, aquel en el que algún día estuvimos tú y yo.
Allí donde nos prometimos que podríamos avanzar a contra corriente, mientras en silencio gritábamos que ninguno sabía nadar.
Donde no había límites de arena que detuviesen el tiempo en nuestro reloj.

Y yo te observo desde cerca, inhalando tu respirar...
... alertando a las yemas de mis dedos que poco a poco te dejarán de tocar.
Que un día tendrás sueño, otro no tendrás ganas, otro me rehuirás y otro ya no estarás.
Les advierto de que las dejarás de amar; de que, sobre tus labios nunca más se volverán a pasear.

Memorizo tus alas invisibles. Ésas que nacen de tus escápulas y se extienden más allá.
No las ves porque como yo jamás lo harás: tan débil y fuerte; tan valiente y cobarde a la vez.

Quisiera poder cogerte de la mano,
guiarte mientra a ciegas avanzas por el cordel que tenso se extiende sobre nuestro abismo.
Pero veo el miedo en tus ojos, huelo tus dudas y, contigo, pierdo el equilibrio; pierdo la fe.

Bajo nosotros... el mundo. 

"Quien no tiene alas no debe tenderse sobre abismos." Friedrich Nietzsche. 

"La única persona que nunca hace nada mal es la persona que nunca hace nada."  Theodore Roosevelt. 

No mantuve la cuenta de cuántas veces callé; cuántas bajé la cabeza y asentí disintiendo.
No he logrado cuantificar los daños; qué podrá ser reparado o qué columnas no se volverán a alzar. Llevo meses paseando entre las ruinas que quedaron y aún no he sido capaz de ello.

¿Hasta dónde, cuando arrasan con nosotros, la culpa es del otro?
¿Hasta dónde no es culpa responsabilidad nuestra?

Nadie es perfecto. Entorno esta afirmación gira todo.
Quien no hace algo mál es porque directamente no hace nada. Ergo, algo hice yo.

Aquí empieza todo. Conocer qué hice para tratar de repararlo: porque ese pilar quiero que sea el primero que se ponga en pie.
Mentira.
El primero en ponerse en pie ha de ser la autoestima y el orgullo propio. Mi propio amor. Amor por mi persona y mi integridad física y psicológica. Si yo no me quiero, nadie me querrá. 

Lo segundo, como decía, debe ser comprender qué hice. O qué no hice. Porque conociendo ese punto las probabilidades de que suceda lo mismo son menores. No, no tengo estudios que abalen mi afirmación, pero creo en ello firmemente: si sabes que por no mirar al suelo, tropezaste con la piedra, mirarás al suelo para no volver a caer.

Y el temor es: ¿y si por estar mirando continuamente al suelo, me pierdo todo lo que me rodea?
Me pierdo un día soleado y el calor en mis mejillas. Me pierdo ver a los niños jugando en un parque y recordar así mi infancia. O ver un conocido y poder saludarle y saber qué tal le va. Tal vez me pierda cruzar miradas y sonrisas con alguien mágico.

Me parece tan fina la línea de culpabilidad. Tan fina la línea entre ser prudente o precavido y excederse en la desconfianza: sacar el escudo antes de que el otro siquiera piense en empuñar la espada.

A veces me da pavor convertirme en aquello mismo que me destruyó; que, con el pretexto de haber sido dañada, me vuelva tan despiadada como para destrozar a otro.

Si no quieres que suceda, te ocuparás de que no pase.

Yo no quise ser aniquilada. Y es que, por un tiempo, así me sentí.
Cuando todo acabó no sabía qué hacer: había sido anulada y aún no lo sabía.
Luego fue como coger una bocanada de aire cuando llevas tiempo sin respirar: se ensancharon mis pulmones y volví a recordar cómo era inspirar y expirar, hasta hacerlo de forma mecánica.

¿Qué hice mal? Algo hice mal. Repito en bucle la pregunta en mi cabeza.
No enloquezco tratando de saber "por qué salió mal" ni "por qué a mí". No. Quiero comprender qué no hice como para dejarme arrastrar.


¿Qué hice mal?
... tal vez no supe irme cuando se avecinaba la tormenta. Volver a casa, sana y salva. Resguardada.

Cuando veía los nubarrones formarse y se oscurecía el cielo, me quedé inmóvil esperando. "No es nada. Son sólo unas nubes."
Empezó a chispear. La lluvia mojó mi cara ligeramente. "Son sólo unas gotas."

Las gotas se deslizaban por mi nariz y mis labios. Sentía el pelo húmedo pegarse a mi cara. Saqué entonces un paraguas.
Durante un tiempo no me mojé. Pero continuó lloviendo hasta apretar. Vi mis botas mojarse. "Pasará la lluvia. Esto es temporal".

Empezó a soplar viento. Se giró mi paraguas y volví a mojarme. La lluvia me calaba las botas. Se empaparon mis calcetines hasta sentir mis dedos fríos. Noté como el agua resbalaba por mi cuello Noté mi pelo lacio, caído, sin vida.
Ya no tenía paraguas. No había pantalla que parase la lluvia.
Permanecí inmóvil. "Ya sólo queda que salga el sol".

Tuve que esperar hasta los truenos y los relámpagos para comprender que sólo podía ir a más; que sólo me quedaba marcharme de allí. Me quedé impasible pensando que volvería a salir el sol. Un sol que no volvería a salir. O como mínimo, no estuve allí para verlo. Para entonces ya volaba lejos.


Me pregunto si sabré en un futuro ver la tormenta venir.
Me gustaría que la lluvia sólo llegue para regar mis ruinas; que nazcan flores, florezcan y crezcan.